La enfermedad ignorada que más muertes y discapacidad provoca | Sociedad

Solo con pronunciar las palabras ‘cáncer’, ‘alzhéimer’ o ‘párkinson’ cualquier persona sabe a qué nos estamos refiriendo. Dada su trascendencia clínica e impacto social son enfermedades universalmente conocidas y, ante un diagnóstico, se ponen de inmediato los medios para hacerles frente. Sin embargo, hay otras de una entidad clínica y consecuencias incluso mayores cuya existencia es desconocida por muchos. O bien, cuando ya se han diagnosticado, son ignoradas, incluso por muchos de los pacientes que las sufren. Es el caso de la Enfermedad Vascular Aterosclerótica (EVA), la patología que está detrás de la mayor parte de los infartos e ictus, la primera causa de mortalidad en España.

Como su nombre indica, la EVA se produce por la arterioesclerosis. Entre las muchas definiciones que la identifican, Leopoldo Pérez de Isla, jefe de sección en el Servicio de Cardiología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, prefiere una: “Es la forma de envejecer de nuestras arterias. Cuanto más viejas son, más problemas nos van a dar y más probabilidades tendremos de sufrir un infarto, un ictus u otros problemas vasculares”. Las arterias, flexibles y elásticas cuando somos jóvenes, se endurecen y engrosan conforme pasan los años, y esto restringe el flujo sanguíneo a los órganos y tejidos.

El deterioro funcional de las arterias vinculado al envejecimiento es inevitable, pero lo importante desde el punto de vista médico es que puede haber situaciones que actúan como aceleradores del proceso. “El deterioro puede ser más rápido o más lento si sumamos o no determinados factores de riesgo. Los niveles de colesterol elevados, la hipertensión, el tabaquismo, la obesidad o el sedentarismo hacen envejecer más deprisa de lo normal a nuestras arterias”, explica el doctor Pérez de Isla.

Es la forma de envejecer de nuestras arterias. Cuanto más viejas son, más problemas nos van a dar y más probabilidades tendremos de sufrir un infarto, un ictus u otros problemas vasculares

Leopoldo Pérez de Isla, jefe de sección en el Servicio de Cardiología del Hospital Clínico San Carlos (Madrid)

La acumulación de colesterol y otras sustancias en sus paredes forman una placa que bloquea el flujo sanguíneo de forma progresiva o de forma súbita. Cuando la EVA afecta a las arterias coronarias se produce un infarto, y si daña los vasos que conducen la sangre al cerebro sobreviene un ictus. Ambos producen con frecuencia la muerte, y además, conllevan discapacidad en otras muchas personas, como recuerda Pérez de Isla: “Un ictus, por ejemplo, acarrea unos costes sociales muy importantes por la limitación en la calidad de vida que ocasiona, ya que muchos pacientes pierden la movilidad o la capacidad de hablar”.

El c-LDL es la clave

El panorama que se perfila con respecto a la EVA y sus consecuencias puede parecer un tanto tétrico, pero hay datos positivos. Los cardiólogos saben que, al margen de la edad –que no puede modificarse– entre los otros factores que inciden en la progresión de la enfermedad, desde el tabaquismo, hasta la obesidad o el sobrepeso, hay uno determinante: el colesterol LDL (c-LDL), popularmente conocido como colesterol malo. Es un elemento crítico. “Casi se puede decir que, si no tuviéramos colesterol malo en el organismo, no existiría la EVA”, asegura el cardiólogo del Clínico San Carlos. Lógicamente, es algo imposible. “Lo que sí sabemos es que, cuanto menos c-LDL tenemos, más protegidos estamos frente al desarrollo de la enfermedad y sus consecuencias”.

Leopoldo Pérez de Isla, jefe de sección en el Servicio de Cardiología del Hospital Clínico San Carlos (Madrid).
Leopoldo Pérez de Isla, jefe de sección en el Servicio de Cardiología del Hospital Clínico San Carlos (Madrid).

Según los datos que recoge la Estrategia en Salud Cardiovascular del Sistema Nacional de Salud, el control de los factores de riesgo de estas patologías ha incidido positivamente en la mortalidad. “Es progresivamente descendente, lo que invita a seguir avanzando en la salud cardiovascular, al tiempo que abordamos otros desafíos, como la cronicidad y la discapacidad”, apunta el documento. No obstante, el mismo texto reconoce que hay un amplio margen de mejora en la prevención de estas enfermedades, entre ellas, la EVA.

Reducir la prevalencia del tabaquismo o cambiar los hábitos alimenticios de la población para disminuir el sobrepeso o la obesidad parecen objetivos alcanzables a medio y largo plazo, pero el control del principal factor de riesgo en la EVA, el c-LDL, está al alcance de la mano. “Hay estudios hechos con miles de pacientes que concluyen que, si somos capaces de bajar 39 miligramos por decilitro de c-LDL, podemos reducir los eventos vasculares graves en un 22%. Y esas son cifras muy importantes”, apunta el doctor Pérez de Isla.

Lo que establecen las guías europeas de cardiología para las personas con EVA es que el c-LDL se sitúe por debajo de 55 miligramos por decilitro. La cifra no se ha fijado al azar, se basa en las docenas de estudios a los que aludía el cardiólogo del Clínico San Carlos. “En esos niveles sabemos que nuestra enfermedad vascular no solamente no va a progresar, sino que, en la mayor parte de los casos, va a dar marcha atrás y a desaparecer poco a poco”, apunta. Las guías no solo establecen que el c-LDL debe ser cuanto más bajo mejor en los pacientes con EVA, sino que urgen a reducir los niveles cuanto antes.

Lo que establecen las guías europeas de cardiología para las personas con EVA es que el c-LDL se sitúe por debajo de 55 miligramos por decilitro

Ejercicio y dieta no bastan

Si las guías clínicas fijan un criterio claro, ¿qué está fallando? ¿Por qué no se alcanzan los objetivos que establecen? Los cardiólogos apuntan que se está incidiendo mucho en la importancia de modificar la dieta y hacer ejercicio físico para reducir el c-LDL, y son cambios deseables, pero al mismo tiempo insisten en que en muchos casos no es suficiente. “Socialmente tenemos muy interiorizado que con comer un poco más sano y hacer ejercicio controlamos el colesterol, cuando eso es una verdad muy pequeña. En términos generales, con estos recursos solo lo controlamos un 10% o un 15%” del colesterol LDL, señala Pérez de Isla.

La investigación ha ido complementando en los últimos años lo que el cambio de hábitos no puede lograr, según el consenso científico. Los profesionales disponen ahora de herramientas terapéuticas hipolipemiantes, mucho más eficaces de las que se disponía hace décadas, y además pueden emplearse de forma combinada desde etapas muy precoces de la EVA. En la era de la medicina personalizada, los cardiólogos abogan por individualizar el tratamiento. Cada paciente es único, y alcanzar el objetivo de reducir el c-LDL requiere una terapia personalizada, como explica el doctor Pérez de Isla: “Hay que estratificar el riesgo que tiene el paciente. Esa personalización tiene dos variables: fijar cómo de intensos debemos ser en la terapia e, igualmente importante, ser lo más precoces posibles en ese control”.