Cuarenta y cuatro mitos sobre el aprendizaje que te harán cuestionar lo que siempre has creído | Formación | Economía

Cuarenta y cuatro mitos sobre el aprendizaje que te harán cuestionar lo que siempre has creído | Formación | Economía

Uno de los mitos más longevos respecto al estudio sostiene que la música puede favorecer la concentración y, por lo tanto, potenciar el aprendizaje. Y, sin embargo, no es cierto, si bien sea preferible si se está estudiando en un entorno donde la alternativa son ruidos peores. No es cierto tampoco (o, al menos, no pasa la prueba del análisis científico) que existan distintos estilos de aprendizaje, o que el mero hecho de copiar, subrayar o hacer resúmenes mejore los resultados académicos. Pero tampoco se han hallado certezas (y esto puede resultar aún más sorprendente) de que, por ejemplo, la forma más efectiva de aprender sea “aprender haciendo” (o learning by doing, en inglés), de que las emociones realmente impulsen el aprendizaje o de que la motivación favorezca la retención de conocimientos.

Héctor Ruiz Martín, investigador y especialista en neurociencia y psicología cognitiva, pasa revista en su libro Edumitos (International Science Teaching Foundation, 2023) a numerosas ideas y concepciones sobre el aprendizaje y la enseñanza que, a pesar de estar comúnmente aceptadas desde hace años, son incorrectas o, cuando menos, no han podido obtener el respaldo de un análisis científico riguroso. Nociones sobre el aprendizaje, las técnicas de estudio, el papel de las emociones, la memoria, la tecnología, la infancia y el desarrollo, las habilidades cognitivas o el aprendizaje de la lectura tratadas de una forma amena, rigurosa y, sobre todo, con el respaldo de la literatura científica. Con él conversamos por videoconferencia.

Pregunta. Muchas de las ideas que desmonta en Edumitos gozan casi de un estatus de verdad incuestionable. Pero ¿por qué tienen todas tanta aceptación, si carecen de base científica?

Respuesta. Porque son muy intuitivas y porque nuestra experiencia personal nos lleva a darles validez. Y porque, además, encajan con nuestras expectativas. Se me viene a la cabeza el efecto Mozart, la idea de que escuchar música clásica mejora la habilidad cognitiva de las personas, algo que a mí me encantaría que fuera cierto. Pero luego está la ciencia, y lo bonito que tiene es que nos permite superar nuestra propia experiencia y buscar mejores pruebas de la que realmente está pasando.

Fíjate que la ciencia moderna nace cargándose una de las intuiciones más evidentes, la de que el sol da vueltas alrededor de la Tierra y que esta permanece inmóvil; pero ahí entró la ciencia para decirnos que no, que en realidad es al revés. Ten en cuenta que, para que una idea sea tan popular, tiene que ser coherente con las experiencias y conocimientos que poseemos. De hecho, aceptamos las ideas dependiendo de si nos encajan: el sesgo de confirmación nos lleva a reinterpretar la información para que encaje con nuestras ideas previas, y cuando no lo hace nos lleva a ignorarlas.

P. Una de las nociones más asentadas se refiere a los diferentes estilos de aprendizaje; el hecho de que cada persona tiene una forma de aprender idónea, ya sea visual, auditiva o kinestésica. Y, sin embargo, usted lo califica como un mito. ¿Por qué?

R. La idea se basa en el principio de que cada persona tiene una manera distinta de aprender que le será más eficaz. Los estilos de aprendizaje tienen muchos elementos que parecen que tengan que ser ciertos, y, de hecho, en las encuestas realizadas en decenas de países, el 90 % de los docentes y estudiantes creen que una persona aprende mejor cuando recibe la información en su estilo de aprendizaje. Pero ponerlo a prueba es tan sencillo como coger un grupo de alumnos y darles una lección visual, para luego ponerles una prueba de evaluación. Así, podemos asumir que los que obtengan un mejor resultado serán los estudiantes más visuales. Si luego hacemos lo mismo con una lección auditiva, esperaríamos que destacaran otros estudiantes (los “auditivos”), pero no: se obtienen resultados muy similares.

Claro que hay diferencias entre los alumnos, pero estas se basan en sus conocimientos previos, en sus habilidades cognitivas, su motivación a la hora de aprender lo que estamos planteando… El hecho de si recibir la información de una manera u otra va a marcar diferencias en la capacidad para aprender se ha puesto a prueba muchas veces, pero no se han obtenido evidencias. Y claro, también está el que a menudo confundimos el modo en el que más nos gusta estudiar con el que mayores beneficios ofrece.

P. Pero siempre se ha hablado de conceptos como memoria visual o auditiva. ¿Es eso incorrecto?

R. No, es verdad que hay personas con mejor memoria visual o con mejor memoria auditiva. Lo que sucede es que tener buena memoria visual no significa que, porque la información te llegue visualmente, la vas a recordar o entender mejor; lo que hace es que te permite recordar el aspecto físico de los estímulos. Te pongo un ejemplo: si tú tienes una buena memoria auditiva, no te vas a acordar más de lo que alguien te ha dicho esta mañana, pero sí recordarás la voz que tenía: es decir, la voz, no el mensaje, no el contenido semántico.

P. ¿Por qué la música no es buena para aprender?

R. ¿Sabes lo que pasa? Que nuestra experiencia personal no nos permite distinguir entre si eso fue una buena idea o no. Es decir, a lo mejor a ti te fue bien, pero no gracias a la música, sino a pesar de ella. Para entender esto, piensa que, para aprender cualquier cosa, tenemos unos recursos cognitivos limitados. Hay un concepto que se llama memoria de trabajo, que es el espacio mental en el que estás sosteniendo la información a la que estás prestando atención. De alguna manera, es donde piensas, donde imaginas, donde escuchas esa vocecita interior cuando lees… Y la memoria de trabajo, la cantidad de información que puedes estar sosteniendo y manipulando al mismo tiempo, es muy limitada.

Entonces, ¿de qué depende la información que llega a ese espacio? De nuestra atención. Cuando dices “estoy prestando atención a algo”, significa que lo estás sosteniendo en tu memoria de trabajo. Cuando estás estudiando, o aprendiendo, debes aprovechar esos escasos recursos y aplicarlos a aquello que estás haciendo, porque cualquier otro estímulo externo te va a ocupar espacio en la memoria de trabajo y va a reducir tus recursos cognitivos. Hay quien dice: “No, es que yo ya me he acostumbrado; yo la inhibo y consigo concentrarme”. Pero esa inhibición conlleva un consumo de recursos cognitivos; también tiene un coste.

Claro, si la alternativa es ruido y gente hablando alrededor, pues sí, mejor música, a ser posible relajante y sin letra. Pero incluso entonces es mejor usar unos tapones para los oídos.

Portada del libro ‘Edumitos’, de Héctor Ruiz Martín (ed. ISTF)ISTF

P. Otro de los mitos que aborda en el libro es la metodología del aprender haciendo, o learning by doing, y pone en duda su efectividad. ¿Por qué?

R. Lo que sucede es que se confunde el aprender haciendo con otro concepto, el del aprendizaje activo (que sí es la forma más adecuada de aprender, pero que no es lo mismo). El aprendizaje activo se suele malinterpretar como “aprender haciendo”, es decir, que es necesario estar físicamente activo, haciendo cosas; pero en realidad nos referimos a estar activo cognitivamente; significa que estás tratando de entender y de dar significado semántico a lo que estás aprendiendo. Lo que eso provoca es que conectes tus conocimientos previos a la nueva información, y así es como aprendemos.

¿Y qué significa eso? Pues que leer, por ejemplo, puede ser un aprendizaje activo, si mientras lo haces te vas parando y te vas preguntando sobre lo que acabas de leer, si lo explicas con tus propias palabras, si piensas en cosas que conoces que se le parecen y buscas similitudes y diferencias. A la vez, tú puedes tener a unos chavales en el laboratorio haciendo una práctica, pero si se limitan a seguir el guion al pie de la letra, sin pensar en por qué hacen lo que hacen, ni intentar conectarlo con lo que dieron en clase… pues ahí no hay aprendizaje activo.

P. Subrayar y copiar figuran entre las técnicas de estudio que se siguen aplicando hoy, pero tampoco ellas se libran del escrutinio en Edumitos. ¿Por qué no son técnicas efectivas?

R. Esa es la palabra clave, la efectividad. Todo lo que hacemos para aprender funciona más o menos, pero la cuestión es cuán productivo es ese esfuerzo que estás haciendo para el resultado que te va a dar. Estrategias como copiar, subrayar, leer y releer y hacer resúmenes, que son, según las encuestas a estudiantes universitarios de las más habituales, nos aportan la sensación de que estamos aprendiendo, pero producen aprendizajes de muy corto plazo. Y ahí está el tema: hay métodos mucho más efectivos, pero que a lo mejor, de entrada, no dan la sensación de que estés aprendiendo tanto.

Por ejemplo: ponerte a prueba, autoevaluarte, que es lo que técnicamente llamamos “practicar la evocación”. En vez de volver a leer, lo sacas de tu memoria y lo explicas como si te estuvieras autoevaluando. Ese hecho no solo sirve para comprobar si lo sabes; también vale para consolidarlo en tu memoria y que haya más probabilidades de que puedas recuperarlo en un futuro.

P. ¿Y qué sucede con hacer resúmenes? ¿Es una buena estrategia?

R. Depende. Si los haces bien, sí. Pero si los elaboras como, según las encuestas, lo hacen la mayoría de los estudiantes (especialmente en Secundaria), que básicamente acaban copiando y pegando fragmentos del texto original para hacerlo más corto (subrayan y copian lo subrayado), entonces no hay un procesamiento semántico. Para que un resumen te ayude a aprender, tienes que estar explicándolo con tus propias palabras, que es una manera de estar dándole significado. Tú te quedas con el trasfondo del texto, pero lo tienes que reconstruir manteniendo ese significado y que tenga sentido.

P. ¿Y qué hay con las emociones? Hay quienes sostienen que una actividad que apela a las emociones del estudiante hace que lo aprenda mejor.

R. Ahí hay muchos malentendidos. Es verdad que las emociones son importantes para el aprendizaje, pero hay que pensar que el factor emocional más relevante es el de la motivación. Pero no porque el simple hecho de estar motivados haga que recordemos mejor algo; la motivación ayuda a aprender más y mejor porque nos empuja a realizar las actividades y a dedicar más tiempo y esfuerzo. Por eso aprendemos mejor; es un efecto indirecto de las emociones.

Claro, si yo no estoy nada motivado, no voy a hacer lo necesario para aprender. El alumno que está en clase en un entorno que, emocionalmente, no le lleva a estar motivado, y que incluso le genera emociones negativas, como el miedo a equivocarse, porque ve los errores como una penalización o un castigo. Si lo veo así, no me voy a atrever a probar, y tanto probar como equivocarse son esenciales en el aprendizaje.

Pero cuidado, porque eso no significa que las emociones siempre hagan más memorable el aprendizaje. Es verdad que las emociones hacen memorables los acontecimientos de nuestra vida, pero eso se refiere a la memoria episódica, que es la que nos permite recordar los acontecimientos. La memoria semántica, que es la que contiene nuestros conocimientos, no se basa en una inyección emocional que haga que aprendamos mejor, sino en pensar y en dar significado a lo que pensamos. Cuando tú haces algo muy emocional en clase, lo que vas a conseguir es que los alumnos recuerden lo que pasó en clase, pero no necesariamente lo que pretendías que aprendieran.

FORMACIÓN EL PAÍS en Twitter y Facebook

Suscríbase a la newsletter de Formación de EL PAÍS

La agenda de Cinco Días

Las citas económicas más importantes del día, con las claves y el contexto para entender su alcance.

RECÍBELO EN TU CORREO